El aguanieve cae lenta y silenciosamente en la noche de diciembre, horas antes de Navidad.
El hombre está mirando el escaparate de una tienda. Parece un viejo, de aspecto descuidado, hombros caídos, abrigo desgastado regalado por alguna beneficencia, el cabello blanco, ralo, que se mece de vez en cuando en una especie de tic. La boca pastosa, con el efecto residual de la bebida barata de hace unas horas. Su mirada pasea una y otra vez sobre las cuatro botas navideñas, de colores violentos, adornos rojos y dorados, iluminadas por destellos intermitentes, con escrito en grandes letras garigoleadas Faith, Peace, Joy, Love. Esas palabras golpean su mente como martillazos: ninguna de ellas ha sido realidad en su vida en los últimos años. Poco a poco, han empequeñecido hasta hacerse ilegibles y después esfumado de su existencia. Pierdes el amor, la alegría, la paz y al fin la fe. Te quedas vacío. No hay regreso.
Da la espalda al escaparate luminoso y se adentra en el serpentear de callejuelas oscuras y malolientes. Repite para sí. Te quedas vacío. Como la lata que distraídamente está pateando pie izquierdo-derecha, pie derecho-izquierda, y espera su rebote. No hay regreso.
Entra en una estrecha callejuela cerrada. Se da cuenta y empieza a regresar sobre sus pasos, esta vez de espalda.
Regresa. Regresa. Regresa.
Está subiendo una pequeña pendiente, sus sandalias levantan un fino polvo en la noche fría. Lo intimida y amedrenta la estrella con la cola, allá arriba. Tiene que llegar a como dé lugar. El viaje ha sido largo. La expectativa vence al cansancio.
La escena lo envuelve. A su alrededor una pequeña multitud silenciosa y atenta. Observa la pareja. La mujer es muy joven, el marido mucho más viejo. Su vestir es humilde y parecen algo desconcertados y cruzan repetidamente sus miradas, como preguntando el uno al otro qué hacer. Todos los ojos se dirigen a un recién nacido quien domina la escena, apenas abrigado del frío. Observa al niño, y de alguna manera siente que éste, aun con los párpados cerrados, le envía una mirada que lo atraviesa desde la superficie de su piel hacia lo más íntimo, hasta fronteras internas insospechadas y percibe una cálida mano que revuelve con suavidad y acaricia sus sentimientos. El pecho del hombre se hincha bajo un sentir olvidado. Unas palabras nacidas quién sabe donde, en una memoria futura, se van iluminando poco a poco en su mente. Amor, alegría, paz y fe.
Y dos mil años antes del hoy, vuelve a sonreír.
PDC
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