jueves, 21 de noviembre de 2013

Doble imagen

El ejercicio era describir una mujer frente a un espejo.
Me dejé llevar, y este es el resultado.



Llegas por fin del trabajo; no encontraste a la primera un lugar para estacionarte y tuviste que dar un par de vueltas hasta hallar un espacio para tu viejo vocho.
Subes los dos pisos. Entras. Enciendes las luces. Prendes de inmediato el televisor para que algún sonido te acompañe.
Miras distraída el decorado, muebles comprados en baratas, cuando te independizaste, o de sobra, regalados por algún familiar o amigo.
Dentro de la vulgaridad que impera, el espejo está fuera de lugar.

Es un viejo mueble pesado, con marco de roble, un par de columnas laterales enroscadas, con hojas de vid labradas en los extremos, el vidrio biselado; la capa de plateado descascarada en algunos sitios, con punteado y manchas cafés en las orillas. Es herencia de tu abuela paterna, de Huautla. Allá pasaste algunas vacaciones de verano. En el pueblo murmuraban que estaba medio mal de la cabeza, ya que hablaba de milagros y hechizos.
Tu sabes que no es así. Era una verdadera bruja, pero de las que hacen el bien. Sus magias eran sencillas, nada espectaculares. Como niña de entonces quizás no entendiste todo, aunque pudiste compartir con ella fantásticos pequeños acontecimientos... y te enseñó algunas tretas.

Te miras en el espejo y la imagen que te regresa te decepciona: estatura pequeña, compensada por tacones que te dificultan la marcha y te cansan fácilmente. Te ves 'llenita', nada más, y te molesta que en el trabajo te apoden a veces 'la gordis'. El cabello castaño cortado en casco rodea un rostro de facciones delicadas, nariz recta, piel morena clara. El cutis grasiento, con antiguas cicatrices del acné juvenil. Los aretes son pequeños, tu talla no te permite el lujo de arracadas. Vistes la ropa del diario, comprada aquí y allá: camisa de poliéster color crema con olanes en el cuello y puños, saco gris que empieza a quedarte ajustado, falda azul marino plisada, a la rodilla. Piernas levemente arqueadas. La imagen de toda una ganadora.

Cierras los ojos. Te acuerdas de las palabras de la abuela:

Espejo antiguo, espejo del umbral veraz,
oculta la verdad del hoy, colócame un antifaz;
muéstrame todo el regocijo y el esplendor
de lo que quisiera ser mañana, sé mi creador.


Abres tus ojos. La sorpresa es enorme.

El espejo refleja una hermosísima mujer, esbelta, de medidas perfectas, entallada en un fino vestido largo de noche, rojo. El cabello castaño claro cae en delicadas olas a los lados de tu rostro angelical, hasta los hombros. Te miras a través de enormes ojos negros: mentón firme, nariz levemente respingada, orejas pequeñas con unos magníficos pendientes de oro blanco. El cutis de porcelana. Los brazos ebúrneos, las manos con dedos alargados, una argolla matrimonial en el anular izquierdo.

Cierras los ojos y a tientas buscas el interruptor de la luz.
Quizás a oscuras, más tarde, podrás abrir los párpados. Ahora no.
Quieres dejar impregnada tu retina con la imagen de tu belleza y vida prestada.
Quieres navegar así esta noche por el mar de los sueños.
Hasta que amanezca nuevamente.

PDC
 

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